«Y mandan que toda la infantería saliese á alojar en los burgos é en los bestiones, é que los mozos de los soldados ficiesen sus banderas y capitanes, y dándoles algunos buenos soldados que los guiasen para que, después de haber servido á sus amos, se metiesen en la cibdad é se armasen é recogiesen todos á un lugar señalado, que era la iglesia Mayor y un gran palacio que vecino á ella estaba. Aquí se juntaron pasados de cinco mil mozos y mandaron echar sus bandos, que ningún milanes ni de otra nascion, de los que no fuesen del campo del Emperador, no fuesen osados de salir de sus casas después de ser puesto el sol y cuando se tocase arma».
Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del emperador Carlos V, v1. Martín de Cereceda
Mozo significa joven a la par que criado; o sea, un caballero de alta cuna podía ser mozo, o sea, ser de edad juvenil, y un hombre de mediana edad podía ser mozo, pues ese –mozo de caballos, mozo de espuelas, mozo de cámara, mozo de mulas, mozo de retrete…– era su oficio. Con los mozos [criados] de los soldados, la ficción por una parte [1] y unas pocas biografías de soldados por otra [2], han hecho calar en el imaginario popular que el mozo o mochilero por antonomasia era un mozalbete, un adolescente o un niño incluso, cuando lo cierto es que aunque lo normal es que gran parte de ellos fueran realmente bastante jóvenes, «niños que no llegaban a quince años», también había muchos «mozos de edad competente», que seguían los ejércitos como servidores de los soldados [3].
Esa edad competente, que podía estar entre los 18 y los 22 años en el siglo XVI, daría a estos mozos un papel importante en ocasiones, siendo protagonistas de acciones que un grupo de niños no podrían haber llevado a cabo sin el concurso de jóvenes de más edad, o con la guía de soldados como en el ejemplo que cita Cereceda durante el asedio de Milán de 1526.
Edad
«yten que los moços que tuvieren los soldados no siendo españoles sean de edad de diez y ocho años arriba e q los q menos q desta edad fueren los manden echar e partir de las banderas».
La orden que de parte de Su Magestad se manda guardar y observar en todas las compañías de la infantería española particular y generalmente (AGS, E, 500. 091. 20 de febrero de 1545).
Esta es una orden que conviene contextualizar: acabada la guerra con el rey de Francia con el tratado de Crepy, firmado en septiembre de 1544, el emperador Carlos se hallaba desmovilizando a sus tropas. Parte de ellas las embarcaba en Zelanda para España, en enero de ese año en que se redactaba esa orden, y otra parte –el tercio de Álvaro de Sande– debía marchar a Hungría. Es seguro que los mozos de menos de esa edad habían cumplido su cometido como criados y seguramente solo se pretendía reducir el número de ‘bocas inútiles’ que solía seguir a todos los ejércitos, así como el número de bagajes, antes de la partida del tercio para Viena.
Pero cabe destacar que tan solo limitaba la edad mínima para los mozos no españoles. O sea, que siendo españoles se consideraba que no debían ser despedidos, imaginamos, que para no quedar en tierras de Flandes desamparados lejos de su patria y de la única familia que tenían, que eran los soldados a los que servían.
En todo caso, queda claro que ni mucho menos eran todos los mozos adolescentes o tan siquiera niños, aunque sirviendo a los soldado había niños, y de ‘tierna edad’:
«mataron ochenta mozos, y era cosa de compasión verlos, eran muchachos algunos, y los más de ocho á diez años, hicieron mucha lástima ; lleváronse algunas vacas y caballos ; quedó la gente de la guarnición enojadísima de haber visto la rabia de la gente francesa contra los pobres mozos, porque entre soldados no se suele usar el herillos».
Comentarios de… Don Diego de Villalobos
«Españolados»
«también algunos muchachos flamencos y valones que sirven de mochileros á los soldados españoles en Flandes, como se crian desde niños entre ellos, aprenden la lengua maravillosamente y la plática de la soldadesca mejor que sus amos, y en teniendo edad, por favor y otros respetos , ó por remunerar los servicios que les han hecho, les sientan las plazas de soldados, y como con el tiempo y edad se van desconociendo y se mudan de unas compañías á otras, los tienen por españoles; y como á estos les llama la naturaleza de su patria más que otros respetos, es fuerza hacer traiciones; y hemos visto por experiencia que los mejores soldados y más pláticos que en Flandes tienen los rebeldes, y que nos han hecho la guerra más vivamente, son los que han sido nuestros mochileros».
Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese por el capitán Alonso Vázquez en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, v.73
En 1517, acabada la guerra de Urbino, alguien tan práctico como el virrey de Nápoles, Ramon de Cardona, se hacía cruces de como era posible que regresaran al Reino de Nápoles 6000 soldados de fortuna españoles desde el norte de Italia, 3000 más de los «que habían servido en mi tiempo en Lombardía» [4].
Se respondía a sí mismo, diciendo que «no pueden ser sino mozos de caballos de Roma y otros italianos españolados que se han juntado con ellos».
Él, en su tiempo, echó a «rapaces, personas que no eran para servir en el exercito y los italianos», y así debería hacerse de nuevo para excusar el gasto de entretenerlos a sueldo del rey de España.
Así pues, una manera, no solo de hacer carrera en el ejército, sino de naturalizarse como español, era servir de mozo de soldado. Evidentemente, cuanto a más temprana edad se comenzase, más fácil sería la españolización.
Sin datos de archivo, es difícil estimar qué porcentaje de soldados extranjeros servirían en las compañías españolas [5], aunque hay ordenanzas tempranas, como la de 1536, en las que ya se advierte de despedir a los de otra nación, a excepción de los borgoñones, italianos y sardos que «ha mucho tiempo que sirven».
Cuantos de estos comenzarían como mozos es mera especulación, pero lo cierto es que muchos soldados españoles tomaban mozos en las tierras donde servían, fueran estas amigas o enemigas, y el único pero que tenían las autoridades militares al respecto era en tomar mozos en Berbería, por el hecho de ser infieles y en su tiempo, de tomar mozos en tierras protestantes.
Algunos autores citan como posible origen de la tan española voz ‘pícaro’, la palabra francesa picar(t) –’picardo’– referida a los habitantes de Picardía, pues en esta región campeaba el ejército imperial en 1544 y muchos bribones locales habrían acabado como mozos de soldados convirtiéndose en el prototipo de esta mezcla de holgazán y buscavidas.
Sea como fuere, los soldados españoles tomaban mozos de las tierras por donde campeaban, y estos, con el tiempo, podían acabar sirviendo como soldados, españoles o españolados.
Criados y parientes
«por q[ue] siempre llevan envaraços y ocupación de mujeres y moços q[ue] no se pueden escusar».
Relación de las cosas que será menester proveer para en caso que se hubiese de hacer la empresa de Berbería. Mesina, 9 de septiembre de 1539 (AGS, Estado, legajo 468. doc 138. Proporcionado por el profesor Emilio Solà, de Archivo de la Frontera).
Como criados, los mozos tenían diversos cometidos: aguadores, bagajeros, mochileros, en el servicio doméstico, cocinando, o limpiando, llevando recados, yendo a comprar vituallas, haciendo trabajos de forrajeadores [sobre todo para soldados de caballería, pero también para infantes que dispusieran de montura y precisaran de heno fresco para darles de comer], etc.
También, cuando caminaba el ejército podían –al menos en tierras amigas– ocupar el puesto de sus amos en la hilera y llevar sus armas, durante el trayecto, pero nunca durante la partida ni la llegada a una villa, tiempo durante el cual debía ocupar el soldado su puesto con sus armas. Esto, a pesar de las ordenanzas contrarias a esta práctica [6].
Como mozos de coseletes, tenían el cometido específico de servir a sus amos armándolos, o sea, ayudándoles a colocarse las armas defensivas, las diversas piezas del coselete.
Después, tenían cometidos, digamos que no ordinarios, pero muy necesarios, siendo el principal conseguir comida cuando sus amos no podían pagarla o cuando no había qué comprar aunque hubiera dinero, muchas veces, claro, hurtándola donde fuera menester.
También, finalizada la batalla, o tomada una plaza fuerte, se daban al saqueo, obteniendo un botín que entregarían a su amo, reteniendo una parte, o siendo recompensados por ello. Evidentemente, también se incluía la tarea de desnudador de cadáveres, faceta que algunos historiadores habían reservado a los vivanderos y seguidores del ejército:
«Como los enemigos fueron muertos, quedando amontonados en una calleja que va de la plaza al castillo y en la plaza, en un punto los mozos de los soldados los pusieron en cueros».
Comentarios de las cosas sucedidas en los Paises Baxos de Flandes desde el año de 1594 hasta el de 1598, por Don Diego de Villalobos y Benavides
En un momento dado, por ejemplo, durante un asedio, eran considerados, al igual que las mujeres y familia de los soldados, ‘bocas inútiles’, o sea, gente que comía sin hacer servicio. Se les daba una ración menor, y podían llegar incluso a ser expulsados de la plaza fuerte cercada, normalmente, con pacto del enemigo, aunque este podía no admitir la salida para aumentar la presión sobre los defensores y rendirlos por hambre en menor tiempo.
«Dábase á cada soldado una medida como una media azumbre de Castilla, y á la gente inútil, como mujeres y mozos, la mitad, que según la poca agua que habia era sufíciente ración».
Jornada de los Gelves en 1560. Colección de libros españoles raros o curiosos, v.19
El mozo, como todos los que ‘servían y seguían’ el ejército quedaba sujeto a disciplina militar y podían ser azotados, golpeados o desvalijados. No parece que se les reservasen penas más cruentas, pero también cabe tener en cuenta que muchas de las faltas que cometieran las harían con mandado de sus amos, frente a los cuales, su palabra, valía menos.
Los mozos en muchas ocasiones eran maltratados física y emocionalmente por sus amos, algo bastante normal en una época donde la violencia reiterada, incluso la intrafamiliar, se toleraba o se consideraba un correctivo y no un abuso.
«Tambien se guarde de recebir moço de otro soldado, sonsacandole y sin licencia de su amo, que por esto suele suceder lo propio y es muy malhecho, querer dexar al amo de tal moço sin seruicio hauiendolo el traydo, y sustentado, y los moços, viendo que ningun otro los ha de recebir, sin traer licencia, siruen mejor».
Milicia, discurso y regla militar por Martín de Eguiluz [1595].
Por eso era habitual que buscaran amos más benignos, y los hallasen dentro del mismo ejército, acción reprobable para la disciplina y el buen orden.
Los soldados viajaban por tierra con sus mujeres, hijos y mozos, y tan solo había restricciones más o menos rigurosas en caso de embarcarse en una armada, donde por cuestión de espacio y de alimentación, se ponían limitaciones al embarque.
Al final de unos años, claro, con palos incluidos, eran como de la familia y muchos soldados patrocinaban el ingreso de sus servidores en la milicia.
Casi soldados
«hasta los mozos de servicio de los soldados, que los de edad competente pasaban de mil, repartidos por compañías, con sus oficiales, cajas y banderas, hacían no solamente oficio de gastadores y ayudaban a sus amos en las fortificaciones, pero también se ejercitaban en tirar al enemigo con particular destreza y alborozo y perseveraron en ello todo lo que duró el sitio».
Sitio de Amiens [1597]. Testimonio de Carlos Coloma, en De las Guerras de los Estados Baxos desde el año de 1588 hasta el de 1599.
A los mozos comúnmente no se les asignaba ningún papel militar, sin embargo son bastantes los ejemplos de acciones, como la descrita por Carlos Coloma en el ejemplo anterior, que son propias de soldados. A los mozos que hacían oficio de gastador durante los asedios se les podía pagar un real por día, lo cual no era poco.
Alejandro Farnesio, en 1580, dio orden de que las tropas asaltasen Gante por la brecha abierta en la muralla «y que luego, con buena orden, les siguieran los mochileros del ejército con fuegos encendidos; y como los soldados entrasen matando y rompiendo cuantos topasen, fuesen ellos poniendo fuego a las casas para asegurarles las espaldas».
Algo que sí que hacían con regularidad era participar en los sacos cuando se tomaba una plaza fuerte, en los desvalijamientos cuando se tomaba el bagaje enemigo, y en los ‘alcances’. En los sacos era inevitable la violencia, puesto que se forzaban las casas de los moradores de las villas tomadas y con mayor o menor grado de fuerza, se les robaban las pertenencias. En los desvalijamientos, los mozos podían atacar a la gente del bagaje, o sea, mujeres, vivanderos y criados como ellos mismos. Los alcances implicaban un alto nivel de violencia, y aunque el objetivo principal consistía en capturar enemigos y robarle sus posesiones o, siendo personas de cuenta, retenerlos para pedir un rescate, lo normal era ir a degüello, literalmente, los vencedores corrían a degollar a los soldados que huían perdida la batalla daga en mano.
«ningún soldado ni moço quiso tener parte en la vitoria que no se le ofreciesse ocasión para ello, hallando a quien herir o matar en los prados y caminos, y dentro de las casas, donde se quemaron muchos, sin los que en el río, huyendo de estas muertes, se arrojavan».
Comentarios de don Bernardino de Mendoça de lo sucedido en las guerras de los Payses Baxos: desde el año de 1567 hasta el de 1577.
Otra acción que parece tuvo cierta importancia, incluso táctica, era la de hacer formar los mozos en escuadrón para que el ejército aparentara tener más efectivos:
«y, por encubrir la falta que tenían de gente, ordenaron que todos los moços de los soldados y bivanderos del campo tomassen armas y que, luego que nuestros soldados huviessen arremetido, hallándose a las manos con los enemigos, se descubriessen por el dique a la vista de la batería, sonando las caxas a la española, para que los rebeldes, viéndolos, pensassen el venir socorro de españoles a nuestra gente».
Comentarios de don Bernardino de Mendoça…
Los mozos, claro, eran casi soldados para lo bueno, y para lo malo, y a veces recibían la sinrazón de la furia enemiga:
«los que más padecieron fueron los mozos, de los cuales, con rabia bestial y no acostumbrada entre soldados de honra, mataron los franceses más de ciento, todos ellos niños que no llegaban a quince años».
De las Guerras de los Estados Baxos… Carlos Coloma
Al final, claro, muchos acababan haciendo méritos e implicándose de tal manera que algunos se acababan señalando en acciones de guerra «de manera que no solo el comendador les mandó assentar plaças, pero les dio ventajas».
Plazas muertas
«Va el negocio desta manera, que cada official tiene seys, quatro, tres moços que le siruen, y el dia de la muestra pasan por soldados, aprouechanse de aquellas plaças y pagas.Y en vna cómpañia ay otros quinze, y en muchas veynte que se pasan a cabos y soldados, que a cada vno destos se les quita vn escudo».
Cuerpo enfermo de la milicia española. Marcos de Isaba [1594]
Pues el negocio estaba claro, los oficiales de la compañía, muchas veces en connivencia con los oficiales del sueldo y en perjuicio del rey y del ejército, hacían pasar en las muestras a los mozos como si fueran soldados. Les prestaban armas y con hábito de infante los pasaban en la muestra. Y esto era público y notorio, y aunque de vez en cuando se hacían castigos ejemplares, se toleraba un cierto fraude.
Para pasar la muestra, claro, no podían ser adolescentes.
Curiosamente, en la única muestra de que dispongo [7] aparecen con plaza de soldado dos mozos, así, con ese título y en un caso, sin tan siquiera su propio nombre: «Antonio del Puerto, moço del escribano» y un «Moço de Francisco Velles» (probablemente Vélez, pues un soldado de ese nombre y apellido aparece en la misma lista).
Número de mozos que siguen un tercio
«Débense permitir asimismo treinta mozos a trescientos soldados, sin los del Capitán, Alferez, Sargento, y Cabo de escuadra, que en todos serían cincuenta y tres por compañía, tan necesarios como los mismos soldados, que no pueden pasar sin servicio«.
Disciplina militar, de Sancho de Londoño [1568]
«Yten, que por si acaso al embarcar hubiere orden de no embarcar mozos, que quede a cada coselete uno, y entre dos de los otros, otro, viendo la mucha necesidad que en Reynos extraños tienen de servicio
[…]
Yten, que a los que se hubieren de embarcar les sean dadas todas las vituallas necesarias, así para los soldados como para los mozos, pagando por ellas según usanza y costumbre de armadas de primavera».Capítulos, condiciones y firmezas que piden los soldados españoles amotinados, a 18 de julio de 1538 (AGS, E, 1371.168).
Entre la recomendación de Londoño –un mozo para cada diez soldados y un mozo para cada oficial– y lo que consideraban los soldados amotinados de 1538 –un mozo para cada coselete, y un mozo cada dos soldados de otras armas, fueran arcabuceros o picas desarmadas– va un mundo: de 53 mozos por compañía de 300 hombres a unos 170.
Lo habitual era que los soldados acabaran teniendo los mozos que pudieran mantener, en función de sus posibilidades, más que de cualquier otro imperativo de tipo organizativo.
Así podemos ver los 5000 mozos que controlan Milán en 1526 (véase el ejemplo de inicio de artículo).
En 1532, en el ejército imperial que partiendo de Italia acude a socorrer Viena de la amenaza turca, un testigo de vista cuenta 26 banderas de 400 infantes españoles cada una (10 400 soldados) con 6000 mujeres y mozos. Cereceda da noticia que ese mismo ejército llevaba 2500 mujeres, así que se puede deducir el número de mozos en 3500. Un mozo por cada tres soldados.
De los soldados del tercio de Cristóbal de Morales que partió de Lombardía en 1538 con destino a Hungría se decía que llevaban «3000 bagajes», siendo entre 1800 y 2000 hombres, o sea, que entre mujeres, hijos y mozos llevaban unas 1000 personas.
Osorio de Angulo, capitán del tercio de Sicilia, partió a Flesinga con tres banderas de infantería, y allí, con mano armada, los ciudadanos no los querían recibir «a razón del ser, con oficiales y moços, mil y quinientas bocas, y aver dado el furriel a un burg[u]és del lugar un bofetón sobre la disputa y palabras que tuvieron, si podían ser tantas bocas o no». O sea, que novecientos soldados a lo sumo, llevaban unos 600 mozos, pues no se cuentan aquí mujeres.
Se puede estimar que el número de mozos sería de uno por cada cuatro o cinco soldados, según geografías y épocas, creciendo su número no solo con la bonanza, sino con la permanencia de las unidades en un determinado territorio, y disminuyendo en tránsito, guerra viva o armadas.
«Para la embarcacion de los seis mil Alemanes y quatro mil Italianos, presuponiendo que seran doze mil bocas, las diez mil soldados, y las dos mil restantes de servicio».
Un presupuesto de armada para la campaña del rey de Portugal en África de mano del duque de Alba [1578]
O sea, 2000 sirvientes para 10 000 soldados, esto en una armada, que es el ‘lugar’ donde menos criados se llevaban por cuestiones logísticas. Tenemos pues la previsión de un sirviente por cada cinco soldados.
Conclusión
«y poniendo en huida á los franceses, que ya iban perdidos de ánimo, en un instante fueron todos muertos, y de los mozos del campo desnudos en carnes, quedando en montones».
Comentarios… de Diego de Villalobos
Los mozos desempeñaron un papel fundamental en los ejércitos del siglo XVI: ni los soldados se veían dispuestos a prescindir de sus servicios, a pesar de los engorros logísticos, en cuanto a alojamientos y alimentación, ni los jefes del ejército contemplaban que los tercios pudieran funcionar sin ellos.
Un mozo, apenas un niño, podía entrar al servicio de su amo en España siendo este un bisoño y partir con él a Italia, y después a Hungría, Francia, Alemania, Flandes o Berbería, y mientras su amo se fogueaba, aprender él mismo las vicisitudes, no solo de su oficio de criado, sino las propias del soldado, limpiando y bruñendo las piezas del coselete, o portando el mosquete de su señor. También aprendía lo que era la guerra y cómo funcionaba un ejército, y cosa no baladí para alguien cuya vida era la milicia, acostumbrándose, incluso siendo partícipe de la violencia necesaria en el oficio de soldado. Por lo tanto, un mozo podía llegar a los 20 años, buena edad para servir en el ejército, habiendo mamado las leches de la guerra desde bien chico, y apenas conociendo otra vida que la que había en el ejército.
También podía, lo más probable, por temas logísticos, ser tomado en servicio una vez su amo se hallara acantonado en su destino. Estos mozos locales aprenderían el idioma de sus amos, sus usos y costumbres, y en unos años, podrían ser uno más y sentar plaza de soldado en la infantería española, y marchar a su vez como soldado a otras geografías donde sería visto por los locales como un extranjero más. En Italia, en época temprana, no solo el testimonio del virrey Cardona, nos habla de una amalgama de soldados españoles y mozos italianos devenidos, a su vez, infantes en compañías españolas. La obra de Ladero Quesada también apunta a esa italianización de la milicia española en Nápoles en tiempos del Gran Capitán, con compañías con hasta un 40% de italianos.
Otros mozos serían muchachos picardos, niños alemanes o adolescentes húngaros, que por una campaña o dos servirían a aquellos soldados mediterráneos, y llenarían la barriga a su servicio, robando a los paisanos en tierras ocupadas al amparo de la mano de hierro del ejército invasor o defensor. Y después, cuando sus amos se embarcasen para España, o marcharan a Italia, serían despedidos, sin más.
Sea cual fuere la experiencia, origen y edad de aquellos muchachos, no cabe duda de que existía la oportunidad de integrarse en el ejército como soldados. Oportunidades para aprender el oficio, aunque fuera desde la distancia, o en ocasiones, en guerra viva, como participantes en los alcances, saqueos u obras de defensa, les otorgaban una experiencia única. Un bisoño de España sabría menos que ellos, y además, se hallaba a meses [8] de camino. ¿Por qué no aprovechar esa mano de obra? Alonso Vázquez apunta un pequeño problema: la lealtad nacional, o las veleidades heresiarcas de algunos de estos españolados.
En todo caso, aunque fuera preparando un puchero, talando huertas para preparar un fuego o limpiando un morrión, y el mozo se reintegrase a la vida civil en el albor de su edad adulta, su función en el ejército era importante. Quizá, en parte, porque exoneraba al soldado de tareas que no requerían de su oficio, reservándose para otras más importantes, propias del oficio de las armas. Quizá, también, por esa abundancia de mano de obra infantil de la época, en la que los niños ni se educaban en las primeras letras, ni podían permanecer ociosos, y cualquier oficial, fuera albañil o carpintero, no solo tenía aprendices, sino contaba con mozos que hacían tareas varias, como la tan necesaria de aguador.
Carlos Valenzuela Cordero es autor del blog sobre historia militar ejercitodeflandes.blogspot.com
. Centrado especialmente en los reinados de Carlos V y Felipe II, estudia diversos aspectos de los ejércitos de la época, como organización, armamento, tácticas y sus hombres. Comenzó su labor como divulgador en 2008 a partir de limitado material impreso; recientemente ha ampliado sus fuentes trabajando con material manuscrito y material de archivo inédito. También ha sido premiado por obras de ensayo social y ficción.
Notas
[1] Me refiero, claro, a la saga de aventuras protagonizada por el capitán Alatriste, que comenzó en la milicia como mochilero, narradas, a su vez, por el mochilero del ‘capitán’, Iñigo Balboa.
[2] Del célebre Julián Romero se dice que comenzó su carrera como mochilero o mozo de tambor.
Aunque tal oficio se lo atribuye Lope de Vega en una obra teatral, bien pudiera el dramaturgo estar bien informado y si, como consta en su expediente [AHN. Inquisición. Toledo. Leg 359. doc 1223, Citado por su biógrafo Antonio Marichalar] «siendo el dicho Julián Romero de edad de quince o dieciséis años, se fue desta villa con cierta gente de guerra» es que siendo tan joven en 1534 difícilmente hubiera sentado plaza de soldado, y marchando en compañía de ellos, no pudo hallar otro oficio que el de mozo.
«¡Mentís
vos, y vos, y quien creyó
que yo fui tamborinero!
Mozo de atambor sí fui,
y soy también caballero,
y agora verás aquí
quién es Julián Romero».
Lope de Vega, Comedia famosa de Julián Romero, jornada III
Comenzase como comenzase su carrera, desde luego desde los más bajos escalones de la milicia, fue famoso maestre de campo y acabó siendo miembro del consejo de guerra de Flandes.
[3] Las dos citas son del escritor soldado Carlos Coloma, en Las guerras de los Estados Baxos desde el año de mil y quinientos ochenta y ocho hasta el de mil quinientos nouenta y nueue.
[4] Carta de Ramón de Cardona, Virrey de Nápoles, a la Sacra Cesárea y muy Católica Magestad. 5 de octubre de 1517. BNE. MSS/20210/11/1 hojas 7 y 8.
Los números de Cardona:
- En la última paga se despidieron 2860
- Quedaron en Brescia y Verona 700
- A España fueron 500 en la nave de Bernat Rivas de Palermo
[5] Raymond Fagel da la cifra de 75 extranjeros para tres compañías españolas en 1546. Una décima parte, pues, no eran españoles, y se hallaban ‘mesclados los unos con los otros’ 28 franceses, 13 italianos, 5 alemanes, 11 alemanes bajos, 7 borgoñones y 1 lotaringio.
- De Hispano-Vlaamse Wereld. De contacten tussen Spanjaarden en Nederlanders, 1496-1555, Raymond Fagel. Bruselas [1996].
[6] Artículo 19 de la Ordenanza para el ejército sobre Metz [1552]
«Así mismo, mandamos y ordenamos que todas las personas que no fueren soldados en orden para ir en escuadrón no puedan ir ni vayan sino con el bagaje siguiendo la bandera que irá con el bagaje so pena de tres tratos de cuerda y de ser desvalijados».
[7] Cortesía electrónica del profesor Raymond Fagel, que tuvo a bien atender con suma diligencia una consulta que le hice para documentar otro artículo, y que me hizo llegar una parte de su trabajo de fin de carrera.
De Spaanse enseignes, van de graaf van Buren in 1546 (ARAB, Audiëntie, 2811)
[8] Aunque el trayecto de Cartagena o Málaga a Nápoles o Génova, el ‘típico’ trayecto que un bisoño del siglo XVI, y aún del XVII haría, podía tardar menos de diez días, había que tener en cuenta que le proceso tardaba meses: el virrey, gobernador o embajador notificaba la necesidad de tropas al rey. El rey otorgaba patentes de capitán y cédulas para poder reclutar. El capitán, que se hallaba normalmente en corte para conseguir el cargo marchaba a la zona de reclutamiento, nombraba a sus oficiales, llegaba a una de las poblaciones donde se hacía la recluta, enseñaba a las autoridades, corregidores, otras, su cédula. Tocaba tambor, reclutaba 7, 8 o 12 soldados y se iba al siguiente pueblo, donde hacía lo propio. Después, con la compañía junta, se trasladaba al puerto de embarque. Esto, hecho ‘deprisa’ podía tardar entre 3 y 4 meses, aunque en ocasiones excepcionales –reclutamientos en zonas próximas al puerto y penurias económicas en la zona que animasen a los reclutas a alistarse– se podía realizar en cuestión de 7 u 8 semanas.
Comentarios recientes